7/9/09

A quemarropa.


El adiós sale por la boca pero crece en el centro más perfecto del hígado. El adiós más real es el que antes de perderse en el aire obstruye la laringe a modo de un ahogo que nos acerca demasiado al final, nuestro final.

Cuando la fonética obra el milagro del habla y el adiós roza los labios, las letras se arrastran lentamente para ir adquiriendo cada vez más velocidad, hasta conseguir herir como un impacto de bala. Un disparo demasiado certero como para dudar del hecho de que vas a morir y sin embargo, un disparo demasiado inexacto como para saber que morirás, pero no sin antes pasar una agonía eterna.

Decirte adiós cuando el resto del cuerpo me pide un ven, decirte adiós cuando nos acabamos de reencontrar, decirte adiós cuando sé que el adiós es adiós, no deja de ser nada más y nada menos que morirse a quemarropa.

Y en la foto, Montmartre, el barrio al que regalamos demasiados besos y horas de sueño.

3 comentarios:

  1. Hasta que uno se acostumbre. Entonces importará pero sabremos sortearlo.
    Adiós para mí no es más que otra palabra más.
    Cada vez respeto menos las "grandes" palabras.

    Un placer que vuelvas.

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  2. Me hes fácil decir adíós. Creo que soy un no sensible hoy, y un no poeta siempre.


    Adiós. (¿ves?)

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  3. Pues no lo digas. Cierra la puerta, y, ya. Piensa que todo sigue igual que hoy y te será más fácil. Cada día un poco más fácil, menos duro, más sencillo ....

    Cada vez que te derrumbes pensando en el adios que has pronunciado, vocaliza un hola. A veces, funciona.

    Un beso y ... hasta luego (hay mil formas).

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