28/9/09

Disponibilidades.

Estoy dispuesta a dejar colgada mi piel en forma de harapos en la cuerda de la ropa mojada. Estoy dispuesta a aplacar mis instintos destructivos cada vez que te encuentras con aquella que no soy yo. Estoy dispuesta a compartirte con la vida cómoda, con la vida utilitaria, con la vida contigo pero en definitiva sin tí.
Estoy dispuesta a dividir los besos y mordiscos que te debería dar entre los besos y mordiscos que finalmente te doy, y con el cociente restante vivir hasta el final de la semana. Estoy dispuesta a intentar (no sin dificultades)llegar a finales de mes, con la calderilla de tus aromas.

Estoy dispuesta, al menos por estos días, a desollar sentimientos, a enterrar las mismísimas entrañas...a cambio de una despedida decente antes de subir al tren.

18/9/09

El frío de otoño.



El frío terminaría llegando tarde o temprano, como las cosas que llevas deseando desde hace tiempo, a las que cuando les toca el turno no sabes muy bien por donde atajar.
El frío, como la gran parte de cosas que me acompañan durante el día, me recuerdan a tus codos, a tus rodillas, a tus pies.
El frío es jugar a esconderse debajo de las sábanas, el frío es esperarte desnuda a que vuelvas de la ducha, el frío es jugar a hacer bolas de nieve delante del Alcázar con los pies calados. El frío es compartir los fines de semana en un piso de la periferia sin calefacción. El frío sabe a palitos de queso. El frío suena inconfundiblemente a Mogwai.
El frío es tener la seguridad de que si te toco seguirás ardiendo gracias al microclima del que te vales para hacer frente al invierno.
Joder, el frío es lo que siento cuando en las despedidas nos quedamos sólo en los abrazos pueriles, cuando a nuestras bocas les separa un andén.

El frío es cuando me convenzo de que en la vida, aquellos que no son tú, jamás podrán completar el entero que hacíamos cuando tú eras mi mitad.

14/9/09

La soledad del sociólogo.

Vivimos entre extraños. Convivimos con perfectos anónimos que funcionan gracias a las pequeñas y minúsculas descargas que provocan las conexiones neuronales.

La masa respira de forma acompasada polución, olor a sexo y ausencias. La ausencia, el vacío y la desesperación, se manifiestan en las sociedades más complejas y pobladas, y aquellos que las estudiamos, permanecemos distantes en una observación no participante que nos relega a una característica y propia soledad acompañada.

Estoy hablando del reducto destinado al psicólogo social acostumbrado al todo, al bullicio de miles de bocas, que por las noches fantasea con la compañía de un único cuerpo caliente que haga pocas preguntas y que sepa interactuar con las visceras chorreantes en las manos.

12/9/09

El sin sentir.

Dejé de sentir con las vísceras hace bastante tiempo. Ahora me limito a contemplarte sin alma, vacía de hígado y riñones. Será que acostumbrada a romper el llanto antes de tiempo se secó todo sentimiento, todo "algo" que llegara a diferenciarme de una bolsa de plástico que baila un tres por cuatro, dejándose llevar por el viento.

Esta mañana cuando te has marchado de casa no he sentido ganas de salir corriendo a buscarte para salvarte, para salvarnos. Y es extraño, he vuelto a la cama y en vez de aspirar la esencia a ti que aun permanecia en el algodón de las sabanas, me he limitado a arrojarlas al suelo y a dormir en el colchón más raso.

7/9/09

A quemarropa.


El adiós sale por la boca pero crece en el centro más perfecto del hígado. El adiós más real es el que antes de perderse en el aire obstruye la laringe a modo de un ahogo que nos acerca demasiado al final, nuestro final.

Cuando la fonética obra el milagro del habla y el adiós roza los labios, las letras se arrastran lentamente para ir adquiriendo cada vez más velocidad, hasta conseguir herir como un impacto de bala. Un disparo demasiado certero como para dudar del hecho de que vas a morir y sin embargo, un disparo demasiado inexacto como para saber que morirás, pero no sin antes pasar una agonía eterna.

Decirte adiós cuando el resto del cuerpo me pide un ven, decirte adiós cuando nos acabamos de reencontrar, decirte adiós cuando sé que el adiós es adiós, no deja de ser nada más y nada menos que morirse a quemarropa.

Y en la foto, Montmartre, el barrio al que regalamos demasiados besos y horas de sueño.