Me dormí sabiendo que mientras yo descansaba tú acortabas kilómetros en una furgoneta roja recién pintada. Sabía que cuando despertara, tú te meterías por debajo de las sábanas para gritar, "¡buenos días ombligo!".
Y así fue, sonó el tiembre, me levanté a tientas, dejé abierta la puerta y volví corriendo a la cama. Tú entraste con formas ceremoniosas, te tapaste con mi edredón, saludaste a mi tripa y dijiste: "Warmi...he encontrado un sitio que quiero que veas".
Y así fue, sonó el tiembre, me levanté a tientas, dejé abierta la puerta y volví corriendo a la cama. Tú entraste con formas ceremoniosas, te tapaste con mi edredón, saludaste a mi tripa y dijiste: "Warmi...he encontrado un sitio que quiero que veas".
Después de 60 kilómetros por la N340 dirección Tarragona, nos metimos por un desvío. Aquel camino estaba en muy mal estado y en dos ocasiones me dí la cabeza contra el techo al pasar por unos baches. Y de repente lo ví. Delante de nosotros se extendía un campo de almendros en plena floración. Al bajar del vehículo, el olor intenso de aquellas flores blancas me hizo estornudar. Aquel no era un buen sitio para una chica alérgica a todo como yo, pero no me importaba, por una vez en meses era feliz.
Una ráfaga de viento movió las ramas de los árboles, y empezaron a llover pétalos sobre nuestras cabezas.
Sin duda, aquel sí que era el principio de la primavera.
Sin duda, aquel sí que era el principio de la primavera.