4/12/10

[...]

Seguía pasando. Había un momento en el que las neuronas rompían su conexión. Los rostros más queridos iban desapareciendo de mi mente, uno por uno. Cuando saludé al último, supe que mi yo tal y como lo conocía desaparecería después. Cuando era más pequeña me atormentaba no volver, pero con el paso de los años, había aprendido a disfrutar esa nada. Porque la nada no duele, la nada no tiene matices, la nada se explica de manera siemple: nada.

Unos segundos, y el shock. Enterré las uñas en el colchón, para no irme. Pero me fui, como siempre. Allí quedó mi cuerpo tendido, sin alma, sin sentir.