30/10/09

La canción de las canciones.

Drogas blandas, dos cervezas, tres ó las que hagan falta, y tiempo. Ante todo tiempo, que es lo que siempre nos termina faltando en esta locura que me obliga a estar a las ocho de la mañana en pie.

"Lo siento, hoy no puedo ir a trabajar, tengo un puto milagro vivo bajo las sábanas", me gustaría gritar por el teléfono.

En lugar de eso, esclava y sierva de la locura, me visto y te beso mientras duermes. Te beso suplicando en silencio que sigas ahí para cuando vuelva.

Fuera es verano y quien duerme en mi cama es aquel que no eres tú,-será cosa del cambio climático-, pienso mientras acelero el paso.

24/10/09

Me inspiras.

Y con eso, contra eso, no puedo hacer mucho más que besarte y respirar, respirar y besarte. Y mirarte y estudiarte, y guardarte en la retina poro a poro, beso a beso y reconstruirlo todo y reafirmarme que me encantas, que realmente me encantas. Y que puedo negarlo aquí, puedo negarlo allá, puedo tocar las estrellas más putas con aquel que fue mitad, para seguir sabiendo que me inspiras, que me encantas, y con eso, contra eso, no puedo hacer mucho más.

19/10/09

Perfecciones


Tenía una espalda perfecta, envolvente, manchada de lunares y surcada por una autopista de tráfico fluído en forma de vértebras alineadas.

17/10/09

Los restos.



Un par de calcetines, dos DVD's y una sudadera. Eso es todo lo que queda de tí en casa.
No puedo decir lo mismo de mi cuerpo, debajo de los tendones es un buen sitio dónde poder esconderse.


14/10/09

Con los ojos


Te suplico con los ojos "llévatelo todo, arráncale del alma y devuélveme el sentir".

Y tu me respondes con los tuyos "me lo llevo todo, lo que quieras, pero sólo por una noche. Te devolveré el alma ya curada por la mañana, ahora vamos a sentir".


11/10/09

40 grados, 45 minutos.


Hace algunas horas, dabas vueltas con camisetas, pantalones, ropa interior y un par de zapatillas, dentro de una lavadora de cinco kilos. Ha costado una semana llenar todo el cesto de la ropa sucia, y tu formabas parte del juego de las sábanas azules. Me daba la impresión de que mientras aquellas sábanas azules estuviesen en el cesto de la ropa sucia, tu olor a perfume caro iba a acompañarme en este habitáculo que es mi casa de prestado.

Estabas casi al final del cesto de la ropa sucia, te saque con formas ceremoniosas y te metí dentro del mejor electrodoméstico inventado nunca.
Jabón y suavizante marca Número 1 se encargarían de sacarte de aquellos trozos de tela estampada. A 40º estabas cuando empezó el centrifugado, 45 minutos tardó tu olor a perfume caro en desaparecer.

Desapareció el olor, pero te quedaste en el tacto. Al igual que te quedaste en la latita de guardar pendientes -ahora cenicero-, en la bañera, en el desayuno tempranero, en los pies cansados, en una parada de metro, en los chicles que ahora estarán en alguna basura o pisados sobre el asfalto, en la parada del tren donde tantas veces me he inmolado, en las cañas mal tiradas, entre mis dedos, en mi cuello. Te quedaste en la piel y en las risas que flotaron en el aire aquel viernesyasábado.

Te quedaste en los besos y en los abrazos.

Y ahora yo solo quiero que hagas nevar.

10/10/09

Atascos y otras lindezas.

Mi vuelta a casa coincidió con una de las etapas más misantrópicas que recuerdo. Llevo unas semanas trabajando con una chica que sufre de agorafobia y puede que ese hecho, junto con mi exceso de empatía, mala racha y hastío del gremio sociológico terminen por hacer el resto.
No estamos ni a mitad de mes y la cuenta del banco ya está temblando. A veces me pregunto para que cojones trabajo y estudio, para resultar eficiente a un sistema que por no darme...no me da ni el gusto de viajar en tren.

Total, que aquí me encuentro, en el gallinero-trolebus, sentada junto a un chino inquieto que no sabe estar con la espalda pegada al asiento. Joder, ¿se ha quitado los mocasines negros? sí...definitivamente lo ha hecho...

El conductor del trolebus se ha perdido. Estamos en mitad de Tarancón y aquí no huele a mar, huele a pies de chino.
Tengo ganas de gritar, de gritarle al ciudadano de la República Popular que se esté quieto, que deje de rozar su brazo con el mío.

Estamos en un atasco. Así de bien están hechas las cosas en esta Península Bananera, en la que no sólo no puedes pagarte un billete de tren, sino que tienes que pegarte por conseguir un trozo de carretera por donde poder circular, con el resto de borregos, desafortunados como tú, que tienen un día de vacaciones para ir a visitar a los suyos.

Siento frío y empiezo a transpirar. Mi mano se abre paso en el bolso para buscar el broncodilatador. Me desabrocho el cinturón y espero a la primera convulsión.

8/10/09

Autopista del Mediterráneo (A7)


Parto por unos días hacia el levante, siguiendo a las nubes que traen lluvia. Parto liviana, con una maleta pequeña y naranja, que recuerda que vuelvo a casa. A la casa con vistas al tráfico y a las flores de azahar.
Tengo la sensación de que parto sola, que por primera vez te quedas en Madrid. Que por primera vez no te llevo en el nudo de la garganta, que por primera vez no te llevo por debajo de la piel.
Te dejo aquí, en la ciudad de los edificios altos y los pájaros dormidos, en compañía de las que quieras, de aquellas que no soy yo.

Antes de irme, sueño que te tapo bien los pies. No quiero que cojas frío.

5/10/09

Migas de pan y castañas podridas.

Al final saqué el valor suficiente para sacar una goma de borrar gigante de miga de pan, que cargaba desde hace tiempo a la espalda para hacerte desaparecer.
En cuanto dejaste de estar presente, me agache a recoger uno por uno los restos de miga en la desesperación de volverte a recomponer, en la desesperación de volverte a crear para convertirte en la mitad que forma nuestro entero, en la desesperación de creer, aunque fuera sólo por una vez, en la resurrección de la carne, en la resurrección de tu piel caliente. Terminé desistiendo minutos después.

Se habían mezclado con las castañas podridas de otoño y con mi prometido último llanto de octubre, hasta hacerlas invisibles.

3/10/09

Misantropías


Tres cosas me recuerdan el hecho de que al menos por unas horas dejara a un lado la existencia misantrópica de la que me he adueñado en las últimas semanas.
La primera es un dolor de cuello delirante, producto de un concierto de metal, que me obliga a sentir y andar con la cabeza muy recta.
La segunda es el olor en las sábanas a aquel que no eres tú, el de la voz de locutor, el combatiente férreo.
La tercera es el convencimiento de que tienes que desaparecer de alguna forma que todavía no he averiguado. Tienes que desaparecer para que me encuentre. Para poder volver a estudiar la misantropía como una variable atípica que modifica la media.

Desaparecer por el bien de mi simple existencia.